En el siglo en que vivimos, las empresas líderes y que destacan tienen un alto grado de conciencia sobre su capital humano como activo que incrementa su valor en un mercado muy competitivo. Captar talento es un objetivo primordial para estas empresas que quieren distinguirse del resto entre su público potencial.
Este talento tiene varias motivaciones para entrar o quedarse a trabajar en una empresa, además de la remuneración: la ciudad donde esta tiene la sede, la flexibilidad horaria, las políticas de conciliación e igualdad, de medio ambiente; en definitiva, el entorno donde la persona trabajadora desarrollará su actividad profesional.
En este sentido, es muy valorada la ciudad donde se vive a causa del trabajo, y esta ciudad es más atractiva si tiene oferta cultural de calidad que si no la tiene. No vale solo el ocio, o las instalaciones deportivas, o la vivienda, la limpieza y la seguridad. También es un aspecto clave el nivel cultural de los conciudadanos y las propuestas de actividad cultural que la ciudad ofrece. Esta actividad cultural está más desarrollada donde hay densidad de público potencial que donde no hay. Pero si hay público y no hay oferta, se produce o el aislamiento cultural o el desplazamiento cultural. Por eso son tan importantes las políticas culturales públicas, facilitando el papel de las empresas.
Por un lado, las grandes marcas se preocupan para generar experiencias únicas alrededor de sus productos y se esfuerzan para mostrar las inversiones en retorno social, puesto que de este modo son más valoradas, más creíbles, más aceptadas por el consumidor habitual, por encima de otras marcas que no hacen estas políticas de retorno social. Hay ejemplos a través de namings, a través de espacios culturales patrocinados por marcas, y a través de acciones de integración social (lucha contra la exclusión) a través de la cultura.
Por otro lado, las empresas culturales tenemos este retorno social intrínsecamente adherido a nuestro código genético, puesto que el objeto resultado de nuestra actividad es un bien cultural, que al ser disfrutado (consumido), ya reporta algún grado de retorno social positivo.
Tanto unas como las otras, las empresas somos responsables de provocar mejoras sociales en nuestro entorno, puesto que nos desarrollamos en espacios de concentración de recursos y personas y tenemos que poder aportar mejoras a nuestro alrededor.
Por eso es tan importando la colaboración para que se despierten conciencias en los directivos de las corporaciones, y se vea la utilidad de invertir en cultura: bien patrocinando actividades, creadores, y proyectos, bien fomentando la participación cultural, o incorporando acciones culturales en el día a día de la empresa.
Sea como fuere, no es un oxímoron hablar de empresa promotora de cultura, o cultura facilitada por la empresa. Antes al contrario: qué saludable seria que las empresas no culturales buscaran alianzas con las empresas culturales para promover proyectos sociales en beneficio de los mismos trabajadores y de la sociedad pivotante en el suyo en torno a comunidad.
La Fundació Catalunya Cultura hace años que hace de enlace entre empresas y proyectos y haciendo pedagogía al respeto, con un objetivo claro: acercar las empresas a los proyectos culturales, para hacerlos posibles, y permitir que estos acontezcan realidades que tendrán que crecer y desarrollarse en un entorno competitivo en el cual la cultura todavía no ha logrado estos ratios de prestigio que la hagan imprescindible para cualquier director de empresa.
Como responsable de una empresa cultural, Focus, he tenido el honor de ser invitada por parte de la Fundació Catalunya Cultura, a participar en el jurado de uno de estos procesos de selección de proyectos que se presentaban para ser apoyados por el sector económico. Una experiencia muy recomendable, inspiradora y enriquecedora.
Proyectos que solo necesitan una empresa que los apoye, para que sean realidad. Y aquí, la Fundación está desarrollando un papel fundamental mientras no vivimos en un contexto de implantación total de una ley de mecenazgo efectiva y promotora de las inversiones privadas en cultura.
La Fundación impulsa las voluntades, y espolea la creencia en el valor transformador de la cultura por las vidas de las personas. Y que esta cultura no está limitada ni es exclusiva de las empresas culturales propiamente dichas, sino que la Fundación ayuda a estas empresas no culturales a que canalicen las necesidades de retorno social y políticas integradoras, a través del hecho cultural.
La cultura como fin o como instrumento, es útil a estas empresas. Se dan cuenta y cada vez recurren más a esta actividad humana para diferenciarse del resto. Y esto es bueno. Y cuando actúen ayudando algún proyecto cultural, entonces estaremos afirmando que la cultura es una prioridad real para las empresas y el sector privado será un agente relevante en la financiación del sistema, conjuntamente con la administración. Y la Fundación, hoy en día y desde hace años, es un agente intermediario fundamental. Hace falta que le reconocemos y le agradecemos, pero sobre todo, que apoyamos a su tarea.
Muchas gracias, Fundació Catalunya Cultura.
Isabel Vidal
Directora General
Grupo Focus